Necesitamos una Reforma , no un Avivamiento.

En verdad se puede decir que nosotros, cristianos bíblicos, “nos sentamos a comer y a beber, y nos levantamos a jugar”. Casi desapareció totalmente la línea divisoria entre la Iglesia y el mundo. A parte otros pecados más graves, vemos que los desvíos del mundo no regenerado reciben ahora la sanción y aprobación de un chocante número de cristianos que dicen haber nacido de nuevo; y tales pecados pasan a ser copiados con extrema ansiedad. Jóvenes cristianos toman por modelo las modas escandalosamente mundanas, y recogen asemejarse lo más posible a las personas de conducta dudosa, o declaradamente irreligiosas. Líderes religiosos adoptaron las técnicas de los propagandistas, y las exageraciones, las condenables vanaglorias surgen en los sectores eclesiásticos como procedimiento normal. Se siente que el clima normal no es del Nuevo Testamento, y sí de Broadway y de Hollywood. 

La mayor parte de los evangélicos ya no se inicia, pero imita, y el mundo es el modelo de ellos. Aquella ardiente y santa creencia de nuestros padres en muchos sectores se hizo como un pasatiempo, y lo que más entristece es ver que todo ese mal viene de encima hasta las masas. Esa voz de protesta que se inauguró con El Nuevo Testamento y que siempre se hizo oír en alto y buen sonido en los tiempos en que la Iglesia tenía poder, fue abandonada y silenciada con notable éxito. Aquel elemento radicalista por su testimonio y vida que hizo de los cristianos individuos odiados por el mundo, ya no se ve en el evangelismo de los días que vivimos. Los cristianos se distinguieron como verdaderos revolucionarios morales, pero no políticos y hoy hemos perdido ese carácter revolucionario. Vemos que hoy no peligra más el ser cristiano, ni es cosa costosa serlo. La Gracia ya no es más libre, y sí barata. Nos preocupamos hoy como probar al mundo, y a los mundanos, que podemos todos gozar los beneficios del Evangelio sin la menor inconveniencia a su habitual contenido de vida. “Todo es nuestro, y el cielo también”.

Este cuadro que damos de la cristiandad moderna, aunque no tenga aplicación a todos en general, representa la verdad para la mayoría de los cristianos de la era actual. Por este motivo juzgo ser cosa vana e inútil que se reúnan grandes porciones de creyentes con el propósito de que gasten largas horas a suplicar a Dios que les mande un reavivamiento. Mientras no deseemos sinceramente transformarnos, no debemos orar. Sólo habrá verdadero reavivamiento cuando personas de que oración reciban la visión y la fe que los induzcan la enmendar todo su contenido de vida, para que se ajusten al patrón del Nuevo Testamento. 

CUANDO SE ORA ERRADAMENTE

Algunas veces se ora no sólo vanamente, pero también errado. Veamos el ejemplo: Israel fuera derrotado en Hai. “Entonces Josué rompió sus vestidos, y se postró en tierra sobre su rostro delante del arca de Jehová hasta caer la tarde, él y los ancianos de Israel; y echaron polvo sobre sus cabezas. (Josué 7:6). De acuerdo con nuestra actual filosofía del reavivamiento, eso era lo que debía ser hecho y, una vez que eso se hiciera continuamente, es verdad que convencería a Dios y Él acabaría concediendo aquella bendición. “Y Jehová dijo a Josué: Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro? Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres.

Por esto los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que delante de sus enemigos volverán la espalda, por cuanto han venido a ser anatema; ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros. Levántate, santifica al pueblo, y di: Santificaos para mañana; porque Jehová el Dios de Israel dice así: Anatema hay en medio de ti, Israel; no podrás hacer frente a tus enemigos, hasta que hayáis quitado el anatema de en medio de vosotros”. (Josué 7:10-13).

Necesitamos de una reforma dentro de la Iglesia. Pedir que un diluvio de bendiciones caiga sobre una iglesia desobediente y decaída es desperdiciar tiempo y energías. Una nueva onda de interés religioso sólo conseguirá añadir números a las iglesias que no proyectan someterse a la soberanía de Jesús y ni buscan obedecer los mandamientos de él. Dios no está interesado tanto en aumentar la frecuencia a las iglesias, sino en hacer con que tales personas enmienden sus caminos y comiencen a vivir santamente.

Cierta vez el Señor por la boca del profeta Isaías dijo palabras que aclaran este asunto de un golpe por todas: ¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos.
...Aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.

Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra”. (Isaías 1:11-17,19.)
Las súplicas, pidiendo reavivamiento, sólo serán oídas cuando sean acompañados de una radical enmienda o reforma de vida; nunca antes. Reuniones de oración que atraviesan la noche pero no son precedidas de verdadero arrepentimiento sólo pueden disgustar Dios. “El obedecer es mejor que los sacrificios.” (1 Samuel 15:22.) Urge que volvamos al cristianismo del Nuevo Testamento, no sólo en lo que respeta al credo sino también en la manera completa de vivir. Separación, obediencia, humildad, naturalidad, seriedad, autodominio, modestia, longanimidad: todo eso necesita ser nuevamente parte vivificante del concepto total del cristianismo y aparecer en el vivir cotidiano. Necesitamos purificar el templo, quitando de dentro de él a los mercenarios y los cambiadores, y que nos quedemos otra vez enteramente bajo la autoridad del Señor resucitado. Y esto que aquí ahora decimos se aplica a quien escribe estas líneas, así como cada uno de los que invocan el nombre de Jesús. De ahí, sí podremos orar en plena confianza, y aguardar el verdadero reavivamiento pues ciertamente vendrá. 

 A.W Tozer. Tomado del libro: El camino del poder espiritual. 

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