LA SOBERANIA DE DIOS EN LA SALVACIÒN

NINGUNA DOCTRINA ES MÁS DESPRECIADA por la mente natural que la verdad de que Dios es absolutamente soberano. El orgullo humano aborrece la sugerencia de que Dios ordena todo, controla todo, y gobierna sobre todo. La mente carnal, ardiendo en enemistad en contra de Dios, aborrece la enseñanza bíblica de que nada sucede a menos de que sea de acuerdo a Sus decretos eternos. Sobre cualquier otra cosa, la carne aborrece la noción de que la salvación es la obra de Dios en su totalidad. Si Dios escogió a aquellos que serían salvos, y si Su decisión fue establecida antes de la fundación del mundo, entonces los creyentes no merecen crédito en absoluto por algún aspecto de su salvación.
Pero esto es, después de todo, precisamente lo que la Escritura enseña. Aún la fe es el regalo de gracia por parte de Dios a Sus escogidos. Jesús dijo, “ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (Juan 6:65). Ni “al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mt. 11:27). Por lo tanto, ninguna persona que sea salva tiene algo de que gloriarse (Ef. 2:8-9). “La salvación es de Jehová” (Jonás 2:9).
La doctrina de la elección divina está explícitamente enseñada a lo largo de la Escritura. Por ejemplo, únicamente en las epístolas del Nuevo Testamento, aprendemos que todos los creyentes son “escogidos de Dios” (Tito 1:1). Fuimos “predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Ef.1:11, énfasis añadido). Nos “escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Ef.1:4-5). Somos llamados “conforme a su propósito...Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo...Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que jus- tificó, a éstos también glorificó” (Ro. 8:28-30).
Cuando Pedro escribió que éramos “elegidos según la presciencia de Dios Padre” (1 Pedro 1:1, 2), él no estaba usando la palabra “pre- sciencia” para decir que Dios estaba consciente de antemano de quien creería y por lo tanto los escogió por la fe que vió de antemano, por parte de estas personas. Sino que más bien, Pedro quizo decir que Dios determinó antes del tiempo conocer y amar y salvarlos; y El los escogió sin considerar nada bueno o malo que pudieran hacer. La Escritura enseña que la elec- ción soberana de Dios es hecha “según el puro afecto de su voluntad” y “conforme al propósi- to del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”—esto es, no por alguna razón externa a sí mismo. Ciertamente El no escogió a ciertos pecadores para ser salvos por algo digno de alabanza en ellos, o porque El vió de antemano que lo escogerían a El. El los escogió únicamente porque le agradó hacerlo. Dios declara “lo por venir desde el principio...” y dice “...Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Is. 46:10). El no está sujeto a las decisiones de otros. Sus propósitos al escoger algunos y rechazar a otros están escondidos en los consejos secretos de Su propia voluntad.
Además, todo lo que existe en el universo existe porque Dios lo permitió, lo decretó, e hizo que existiera. “Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho” (Sal.115:3). “Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos”
La Escritura afirma tanto la soberanía divina como la responsabilidad humana. Debemos de aceptar ambos lados de la verdad, aunque no entendamos como encaja uno con otro. 

(Sal.135:6). El “hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Ef. 1:11). “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas” (Ro.11:36). Para “nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él” (1 Co. 8:6).

(TOMADO DEL LIBRO LA SOBERANIA DE DIOS EN LA SALVACIÒN  Por John MAc Arthur)






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